viernes, 4 de octubre de 2013

Naufragio de inmigrantes de Africa: más de 300 muertos

Las esperanzas de una nueva vida en la rica Europa se convirtieron en la madrugada de ayer en una de las más horrorosas tragedias que se recuerdan en la zona del Canal de Sicilia, entre las costas de Africa y la isla italiana de Lampedusa. Una barcaza que cargaba a duras penas 500 africanos desesperados, según algunos testimonios, y que había partido hacía tres días de Misurata, en Libia, naufragó tras comenzar a hundirse, incendiarse y volcar. Solo 155 prófugos pudieron salvarse y 103 cadáveres se encuentran en un hangar del aeropuerto de Lampedusa.
A los otros se los tragó el mar. Se estima que el desastre ha costado la vida a más de 300 personas.
Aunque son tantas las anécdotas y la épica de las tragedias en los últimos años, en los que han muerto 6.200 personas, la de la madrugada de ayer ha superado a las otras por cuanto se han sumado las circunstancias y los detalles humanos de los momentos terribles que vivieron en la oscuridad los pobres africanos que viajaban en la barcaza. “No sabemos donde meter ni los vivos ni los muertos”, contó la alcaldesa de Lampedusa, Giusy Nicolini, que en un mensaje invitó al premier italiano, Enrico Letta: “Venga aquí a contar muertos conmigo”. Luego, añadió llorando: “Es un horror. No dejan de llegar barcos y descargar muertos”.
Las constelaciones negativas que, como en una tragedia griega desbordaron la voluntad humana, fueron una seguidilla espantosa. A bordo de la carreta del mar no había teléfonos celulares y los pobres náufragos no pudieron llamar para pedir auxilio. Es casi increíble porque estaban llegando a Lampedusa, que está a 113 kilómetros de las costas africanas. Veían las luces de la población de 6.000 habitantes, que a esa hora dormía.
Los que viajaban eran eritreos, somalíes y ghaneses, entre ellos mujeres y niños. Ningún chico o bebé sobrevivió y sólo algunas pocas mujeres se salvaron, entre ellas una que había sido colocada en la fila de muertos en la banquina del puerto y cubierta con un telón color verde. La mujer dio señales de vida y fue llevada de inmediato al pequeño hospital de la isla, desbordado de heridos y contusos.
La “carreta del mar” comenzó a inundarse cuando estaba a menos de mil metros de Lampedusa, frente a la pequeña isla de los Conejos. El agua, que subía por las fallas en el casco de la barcaza sobrecargada de gente, se fue mezclando con el combustible y los aceites que yacían en la sentina. Otra fatalidad que agravó el desastre.
Como no los veían ni escuchaban, pese a los gritos de algunos pidiendo socorro, alguien decidió quemar una manta y papelespara que desde la isla o desde los barcos de pescadores cercanos advirtieran la emergencia. Pero las llamas quedaron fuera de control y el incendio espantó aún más a la gente ya aterrorizada, que huyó hacia el otro lado del barco. Fue el final: la carreta perdió estabilidad, volcó y terminó por dar una vuelta de campana, hundiéndose rápidamente hasta el fondo, que estaba a cuarenta metros. Allí, los buzos vieron los cuerpos de más de un centenar de africanos. No se sabe bien cuántos. El mal tiempo obstaculizó el piadoso trabajo de rescatar los restos.
“Se salvaron los más fuertes y los que tuvieron más suerte”, dijo la comandante de la Guardia Costera Floriana Segreto.
Un pescador contó por televisión que en la madrugada estaba con un amigo y sintieron ruidos y gritos. “Yo soy viejo y no oigo bien pero mi amigo más joven me dijo: ‘Salgamos al mar que pasa algo grave’. Lo hicimos y cerca de la isla de los Conejos vimos un mar de cabezas a nivel del agua. Gente, tanta gente, que agitaba los brazos, tosía, gritaba”. El pescador se puso a llorar en vivo y en directo. “Nunca vi nada semejante”, musitó.
El y su amigo fueron dos héroes. “Tirábamos para hacer subir a los que podíamos pero era difícil porque resbalaban con los cuerpos empapados de gasoil y aceite. Al final pudimos rescatar 47”, casi un tercio de los salvados.
Muchos náufragos no sabían nadar, tragaban agua de mar mezclada con combustibles y aceites de máquina, se sofocaban. Otro pescador, Raffaele Colapinto, que también había salido con su barco, contó lo difícil que era hacer trepar al barco a los náufragos empapados de aceite.
“Para subir a una mujer moribunda, embarazada, tardamos media hora”, explicó.
Los barcos de rescate estatales llegaron enseguida, pero hay que destacar el arrojo de turistas que partieron con barquitos a vela en la oscuridad y en la confusión para tratar de rescatar a los náufragos.
Italia se despertó ayer enterándose de que otra tragedia había nutrido de más víctimas el gigantesco cementerio del Mediterráneo en el canal de Sicilia. En Lampedusa hay también un cementerio local, en Cala Pisana, que está desbordado por una mayoría de inmigrantes que sucumbieron soñando que iban a llegar vivos a Europa. Pocos gozan la dudosa fortuna póstuma de tener sus nombres en las tumbas. En la mayoría no hay nombre ni nacionalidad. A veces una simple foto encontrada entre la ropa. En otras figura su supuesta edad, si eran niños, mujeres u hombres, de aspecto africano o asiático, y la fecha en que fueron encontrados.
El ministro del Interior, Angelino Alfano, viajó a la isla mientras el Parlamento y el gobierno decretaban una jornada de luto nacional para hoy. Hasta la tarde las filas de cadáveres que se iban alargando yacían bajo telones verdes, marrones, negros y grises en los muelles. Socorristas y habitantes compartían la congoja y lloraban discretamente a los muertos, golpeados por las tragedias y la desesperación de tantos inmigrantes.
“Necesitamos cajones de muerto, no ambulancias”, reclamó Pietro Bartolo, responsable sanitario de la isla en un mensaje a la burocracia nacional. Luego llegó un avión militar C130 con un centenar de féretros y hoy arribará un barco que se llevará a los muertos ahora alineados en un hangar del aeropuerto de la isla.
Otra vez Lampedusa está desbordada por la llegada de prófugos e inmigrantes clandestinos. Ayer llegaron 463 desde Libia. En lo que va del año más de 25 mil. Y a Sicilia y Calabria, tres veces más que en 2012. Es continuo el arribo de egipcios y sirios, que pronto serán más de diez mil, traídos por sus propios desastres que provocan chorros continuos de emigración.
La ministra Cecil Key Kyenge, negra y nacida en el Congo, atacada por grupos políticos de la derecha italiana (un ex ministro de Berlusconi la llamó “mona”), dijo ayer que Italia no puede afrontar sola esta gigantesca emergencia y que es necesario que la Unión Europea se decida a ayudarla.
Fuente clarin.com

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