Es la arrogancia del poder pero no solo eso; la actitud de Juan Cabandié en el incidente con la agente de tránsito que quería multarlo refleja también esa superioridad moral que embarga a tantos dirigentes de los derechos humanos y del kirchnerismo.
Están convencidos de que pertenecen a un grupo que está por encima del resto de los argentinos porque, como dice Cabandié, “yo me banqué la dictadura” y “yo soy hijo de desaparecidos”. En este sentido, Cabandié expresa bien el ADN kirchnerista, que, en especial en los últimos años, basó su práctica política en la división entre buenos y malos, entre amigos y enemigos.
Él integra el primer bando, en lucha permanente contra los malos argentinos que boicotean el modelo nacional y popular que lleva adelante la presidenta Cristina Kirchner. Son los ángeles contra los demonios. Y si son ángeles, ¿cómo esperar que critiquen sus propios actos o se sientan responsables de sus errores? Está en su esencia que nunca se equivoquen y que, si cada tanto dicen alguna mentira, se deba a la necesidad de salvaguardar los altos fines e ideales que persiguen junto con sus compañeros.
Por ejemplo, decir que el tal Martín al que llamaron para pedir un “correctivo” para la“desubicadita” de la empleada era un funcionario del ministerio de Seguridad y no Insaurralde, intendente de Lomas de Zamora y ahora cabeza de lista en la provincia de Buenos Aires.
El traspié pone en tela de juicio que hayan querido coimearlo, como afirmó, al menos hasta que muestre alguna prueba de ese intento delictivo. Cabandié en tanto político es una creación toda del kirchnerismo; fue el presidente Néstor Kirchner quien primero, en 2005, lo nombró coordinador del Consejo Federal de Ecuación, y dos años después, lo colocó como cuarto candidato a legislador porteño por el oficialismo.
Ahora, es el primer candidato a diputado en la Ciudad de Buenos Aires. Cabandié se hizo conocido el 24 de marzo de 2004, cuando leyó una carta muy emotiva en la ESMA, el ex centro clandestino donde su mamá estuvo detenida y él mismo nació, en 1978. El año anterior, había recuperado su identidad gracias a las Abuelas de Plaza de Mayo.
Sus padres continúan desaparecidos. Ese estatus de presunta superioridad moral lo ha conducido a diversas desmesuras. Por ejemplo, Cabandié afirma que “me banqué la dictadura”, lo cual es imposible por una simple cuestión etaria; en todo caso, su guapeza fue similar a la de todos los argentinos que en aquella época, entre 1978 y 1983, tuvieron entre 0 y 5 años. Un segundo ejemplo: el pedido a Insaurralde para que castigue a la agente de tránsito, que, al final, se quedó sin trabajo.
¿Qué clase de político puede hacer eso con una compatriota de 22 años que solo estaba haciendo su tarea? Es una falta de sensibilidad social llamativa y más para un defensor de los derechos humanos. Tal vez Cabandié esté demasiado verde para una carrera política tan empinada.
Fuente perfil.com
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