Cuando termine el ciclo lectivo de este año, en la Escuela N° 8 del barrio Villanueva habrán egresado de la secundaria apenas 16 alumnos. Eso, si todo sale bien.
Y no muere ninguno más. En alguna otra zona, la baja cantidad de estudiantes sería el problema más urgente a resolver. Pero no en este rincón de Moreno, donde la palabra “sangría” es menos una metáfora que una evocación literal: en el último año y medio, siete alumnos de la escuela, de entre 15 y 18 años –casi la mitad de los que en diciembre obtendrán su título–, fueron asesinados a tiros. Terminaron muertos por haber sido confundidos con un ladrón. Muertos por venganza de otra banda barrial. Muertos por un disparo misterioso que llegó por la espalda. O muertos por ser testigos de otra muerte.
En las calles de tierra de Villanueva, en sus casas y casillas, hay casi tantas armas como habitantes. Emilia Lestes, la madre de Marcelo Adrián Antúnez (15), una de las víctimas, lo resume con aspereza: “Acá se consigue todo: armas, balas y droga. Es tan fácil como ir al kiosco y pedir una gaseosa”.
La seguidilla trágica comenzó en marzo de 2013 y no para. El último de los alumnos de la Escuela N° 8 en ser asesinado fue Marcelo “Chelito” Rosas Acosta (17), acribillado de ocho tiros días antes de que fuera a la rueda de reconocimiento donde iba a marcar a los integrantes de la banda que mató a otro alumno, su amigo Carlos Ignacio García (15), el 15 de mayo de 2014. Ya los había denunciado con nombre, apellido e incluso fotos.
Aquella noche de mayo, Carlos y el “Chelito” se encontraron de casualidad en las calles del barrio. Rosas Acosta venía de trabajar y se bajó del colectivo cuando vio a su amigo. Fueron a comer una pizza y cerca de las 21.30 salieron rumbo a sus casas. Pero nunca llegaron. A las pocas cuadras un grupo de jóvenes de su edad los atacó a tiros. García recibió seis y murió allí mismo. Pero “Chelito” se refugió en la casa de un vecino. “Estaba irreconocible de lo que le pegaron”, cuenta a ClarínCristina, su mamá.
“Chelito” no volvió a vivir tranquilo. Cada vez que salía de su casa, alguien lo corría con una moto o lo intimidaban desde algún auto. Tenía registrados uno por uno a quienes los habían atacado y, según decía, algunos eran hijos de policías. En la noche del 14 de agosto sonó su teléfono celular y, como en su casa no tenía señal, salió a la vereda. Apenas pisó la calle un tsunami de balas perforó su cuerpo: recibió ocho tiros. Resistió apenas unas horas, pero murió en un hospital. “¿Quién les da las armas a los pibes?”, se pregunta su mamá.
Las causas de las muertes de “Chelito” y Carlos siguen abiertas. Los sospechosos andan por Villanueva con impunidad. Todos los conocen. “Si hay más testigos, después de lo que le pasó a mi hijo no van a aparecer”, se resigna Cristina. Graciela, la mamá de Carlos, asiente en silencio y agrega: “Acá hay mucha impunidad. Y eso lo ven los pibes del barrio. Se ponen locos y quieren vengar a sus amigos.
Esto nunca acaba ”.
La primera de las víctimas de la Escuela N° 8 fue Vladimir Romero, a quien en poco tiempo le seguirían Marcelo Antúnez y Javier Pereyra. Todos tenían 15 años y compartían el curso de 3° año.
A Vladimir lo mató un vecino el 15 de marzo de 2013, cuando su mamá le fue a pedir ayuda porque la habían robado en la zona de Cruce Castelar, a unas cuadras de Villanueva. El hombre confundió al ladrón con su hijo y le pegó un tiro. O eso pareciera. Todavía está prófugo.
Javier Pereyra también fue víctima, aparentemente, de una confusión. Llegaba el invierno de 2013 y salió de su casa a comprar una gaseosa. En plena calle, alguien gritó: “Esto es para que nadie robe más”. Y le disparó cinco tiros calibre 9 milímetros. Todos en el barrio aseguran que el asesino, cuya identidad se desconoce, erró el blanco. “Javier estudiaba, sus padres trabajan, él jamás robaría”, cuentan.
Su amigo Marcelo Antúnez, en cambio, murió por los celos de otro adolescente. Fue el Día de la Primavera de 2013. Había ido con dos compañeras a la casa de una de ellas y estaban viendo tele cuando apareció el novio de una de las chicas, de 17 años. Al verlos, primero amenazó a su novia con un arma. Después salió de la casa y disparó tres tiros al aire. Volvió a entrar y le apuntó a la otra chica, pero le pegó el balazo a Marcelo. Luego huyó en su moto. Cayó recién en enero y lo llevaron a un instituto de menores de La Plata, pero en mayo se fugó. Según Emilia, mamá de la víctima, la familia del acusado “pagó 25 mil pesos para que lo dejaran escapar”. En el barrio lo ven seguido.
En la Escuela 8 también cuentan una víctima mujer: Luz Clara Mansilla, de 15 años. “Ella estaba con el novio, discutían y él tenía un arma. Se peleaban porque él no tenía ropa limpia”, relata a Clarín una de sus amigas. El muchacho le dijo que le iba a pegar un tiro si no le lavaba la ropa. Y el disparo salió. “Fue un accidente”, asegura la amiga.
Ocurrió el 1° de mayo de 2013. El novio de la chica pasó un tiempo prófugo pero luego se entregó. Para Gladis Villalba, de la ONG barrial Razonar –que intenta ayudar a contener la violencia y la exclusión en Villanueva–, se trató de un femicidio. “Acá se da que los chicos ya a los 15 años conviven con sus novias y son padres, eso contribuye al problema del tejido social. Formar una familia es casi la única contención que tienen ante tanta exclusión”, explica.
Nueve días después de la muerte de Luz, un tiro por la espalda puso fin a la vida de Mariano Damián Pereyra (18) cuando salía de su casa. Según Clara Saucedo, su mamá, no se sabe quién lo mató ni por qué.
Ella sospecha de los amigos con los que iba a encontrarse, aunque aclara que “también pudo haber sufrido un robo”. En la causa no hay sospechosos.
Enrique Elías es maestro de la Escuela N° 8, pero también intenta ayudar a contener el desmadre del barrio junto a Gladis Villalba. “Estos pibes, hagan lo que hagan, sean quienes sean, son todos víctimas. En clase me preguntan qué son, por qué viven lo que viven ”, cuenta entre las paredes semi abandonadas de la escuela.
Gladis intenta resumir la falta de futuro que padece Villanueva: “Este barrio es el ejemplo de cómo el poder genera su caja chica.
Pero se le está yendo la mano. Acá los pibes excluidos son carne para los narcos y eso los lleva a la muerte. Y la Policía sabe, el Municipio lo sabe. El Estado no está ausente acá: es cómplice”.
FUENTE CLARIN.COM
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